martes, 30 de julio de 2013

De la necedad y otros demonios




Me gusta discutir de política. Me hace sentir como un personaje prerrevolucionario de Tolstoi. Aunque en los círculos en los que me muevo evito o aborto toda discusión política porque no me responden en los mismos términos. ¿Cómo? ¿Por qué? Procuraré aclararme. Un gobierno en ejercicio lleva a cabo acciones políticas concretas, reales. Tal o cual gobierno instrumentan medidas que se gozan o se padecen. Un gobierno neoliberal, por ejemplo, favorece que los que más tienen tengan más y que los que menos tienen tengan menos. Un gobierno popular, por el contrario, instrumentará políticas que incluyan y ayuden a recuperarse a los postergados por un gobierno mencionado anteriormente. Como para hacer tortilla hay que romper huevos, ante cualquier política hay sectores que se favorecen y otros que no. La cuestión es ver cuáles, por qué y hasta qué punto se ven favorecidos o desfavorecidos. Sólo así se sabrá con certeza qué apoyar. El problema como siempre es la palabra. En los setenta, los que venían detentando el poder económico se avivaron que quién posee la palabra, sigue a cargo de la manija. De allí que monopolizaran las vías de expresión. A través de ellas digitan opiniones, prejuicios, pensamientos y creencias. Cuando una política no favorece sus intereses y no pueden defenderlos racionalmente apelan a lo emocional, que se traduce generalmente en una especie de indignación moral. Falsa, porque lo que oculta (el mantenimiento de intereses desmedidos) atenta contra toda lógica ética de cualquier parámetro. El problema es que esa falsa indignación moral es repiqueteada por todos los medios que poseen, desde radios, diarios, televisoras, hasta redes sociales y portales de internet. Esta falsa indignación moral impregna las reacciones de los no tan avezados en desarmar discursos. Y eso dificulta que pueda discutir (no porque yo sea una luz sino porque tanto por el inglés como por el teatro aprendí a navegar los niveles del discurso). A lo que voy es que yo quiero discutir una medida concreta tomada por el gobierno y se me contesta con una respuesta emocional.

No podré discutir con los que me rodean, pero puedo discutir con Carlos Rivas, aunque más no sea por dos motivos, no lo conozco personalmente, así que no tengo simpatías ni resquemores que alentar o curar y segundo, lo respeto profesionalmente, he visto y disfrutado algunas puestas que concretó como director teatral, tales como La prueba o La duda. Comencemos.

Esta carta aparece publicada hoy, 30 de julio de 2013, en La Nación. Toda una toma de posición. La Nación, se sabe, es antagónica (eufemismo si los hay) al gobierno. Lleva por título: El profundo dolor de un artista (casi) libre. El casi, así entre paréntesis, es tanto irónico como chicanero, pero dejémoslo pasar. Hay después una aclaración del diario que dice: Indignado por un episodio que tuvo lugar días atrás en la sala en la que se representa una obra que él dirige (Love, love, love), el autor, reconocido director y productor teatral, hizo llegar a LA NACION el siguiente texto.

El texto arranca con una confesión de parte: Nunca fui peronista. Ni creo que lo sea alguna vez. Nunca fui kirchnerista, y tampoco me veo allí en el futuro, si es que esta facción política tuviese algún futuro. (Carlos, lo siento, pero esto de “si es que esta facción política tuviese algún futuro” es descalificador y prepotente, te lo señalo porque más adelante te quejarás de sufrir descalificaciones y prepotencias, o sea te molesta cuando la ejercen los otros, pero cuando vos la ejercés, está bien). Seguís con: No milito ni milité orgánicamente en ninguna organización política. Me sentí más o menos interpretado, a lo largo de casi 40 años, con lo que hoy se da en llamar "centroizquierda", algo parecido a las socialdemocracias. Fui a la Plaza a apoyar a Alfonsín. Fui a apoyar la elección de Cámpora. Fui a la cárcel de Devoto a reclamar la liberación de los presos políticos. Fui a muchos lados. Y también fui a la ESMA en aquel famoso acto de principio de gestión de Néstor Kirchner, apoyando la recuperación para las organizaciones de derechos humanos de esa vergonzosa institución militar que manchará eternamente la historia argentina. Bien, dejás en claro tu historial participativo y rematás con algo que más políticamente correcto es más bien irreprochable: denostar la dictadura.

El segundo párrafo dice: Me gusta ser argentino, a pesar de las innumerables razones (pobreza y corrupción estructurales, represión, discriminaciones) que la práctica política y social de instituciones varias me han ido dando a lo largo de mi vida, para empujarme a sentir vergüenza más de una vez. Párrafo más bien emocional a pesar de tanto sustantivo. Como dije antes, las emociones no se discuten. Diré que emocionalmente estoy en otro lado, me gusta ser argentino y procuro que nada me avergüence y si algo tiende a hacerlo, intento cambiarlo con cuanta herramienta tenga a mi alcance. Más que por patriotismo a la galleta, por una cuestión intestinal, ya que con el cuentito de ¿no-te-da-vergüenza-ser-argentino? nos han hecho tragar cada sapo muy difícil de digerir.

Seguís con: Pretendo ser un artista y colaborar con mi obra a la construcción de una conciencia comunitaria más solidaria, justa, equitativa y de signo nacional. Frenemos en lo de signo nacional, perdón, pero desde hace mucho, mucho (si es que alguna vez lo hiciste, yo ahora no lo recuerdo)  que no llevás a escena obras argentinas, vos sólo montás obras extranjeras que ganaron cucardas en Broadway o en el West End, todo bien, pero te contesto con una perogrullada, lo extranjero no es nacional. Desde hace más de 40 años voy de teatro en teatro actuando y dirigiendo obras que me alimenten en la comprensión de la vida humana y sus misterios. No soy político. Pero no soy estúpido, creo. Sé que mis actos públicos (a través del teatro) constituyen un acto, también, de naturaleza político-social. Bienvenido sea, pero esencialmente soy un artista (lo pretendo) del teatro argentino. Insisto, es teatro argentino porque lo hacés acá, pero en esencia es teatro no-argentino, sorry, Carlos, hasta la mantención del título original de la obra que hacés lo grita: Love, love, love.

Admiro la lucha de las Madres de Plaza de Mayo en los "años de plomo". Admiro la lucha de las Abuelas y la altísima dignidad con la que buscan a sus nietos. Admiré (y quisiera que ella me permitiera seguir haciéndolo) a la señora Estela de Carlotto, con un énfasis que tuve el honor de transmitirle personalmente pocos meses atrás, cuando tuvo la deferencia de responder a una invitación nuestra y asistir a una función de la obra  Love, love, love  , que dirijo. Aunque aborrezco las actitudes "cholulas" y huyo de ellas como de la peste, le pedí que me permitiera tomarme una foto a su lado para mostrársela a mi hijo, con orgullo. A la primera parte de este párrafo la discutiremos más adelante, la segunda es emoción pura y por lo tanto, se respeta.

Le siguen dos párrafos narrativos: Hace unos días me piden que se lea al público una carta apoyando la nueva edición del ciclo Teatro por la Identidad al finalizar la función de nuestra obra, como es costumbre en todos los teatros de Buenos Aires. Decenas de veces lo hicimos en otros espectáculos y yo mismo, en persona, fui el encargado de leerlo alguna vez. Siempre lo hice muy entusiasmado, como un acto que me obligaba moralmente y a la vez me enaltecía.

Pero esta vez, con enorme dolor, no pude, Estela. La encrucijada moral en la que usted y su organización me encerraron no me dio alternativa. De ahí el motivo de esto que hoy me siento compelido a expresarle.

Al llegar al teatro donde se representa nuestra obra con la intención de leer vuestra carta, me encontré en la puerta misma de nuestra sala (dentro del teatro, no en la calle) con un grupo de legítimos adherentes de Abuelas repartiendo al público que se retiraba el periódico oficial de su organización. En la primera plana estaba una gran foto suya junto a la señora Gils Carbó, apoyando la exótica y tendenciosamente bautizada "democratización de la Justicia". Frenemos ahí, los calificativos te venden y denuncian tu postura conservadora, ninguna discusión está mal per se, Justicia Legítima es un espacio del Poder Judicial con una propuesta que procura rever el establishment judicial, y expone razones con las que se pueden coincidir o no, pero descalificarlas de antemano, desconociendo lo que exponen no es muy democrático que digamos y habla de tu prepotencia y de tu descalificación, ¿te acordás cuando párrafos atrás te quejabas de lo mismo?, caes en lo de la paja en el ojo ajeno. Había también otros titulares de primera plana acusando a la Corte Suprema de la Nación de atentar contra actos legítimos de gobierno, por el solo hecho de cumplir con las funciones a las que la Constitución (con la que este gobierno fue elegido) la obliga. Expresar disenso no tiene nada de autoritario. ¿No te enseñó acaso la dictadura lo que es ser “autoritario” de verdad? No te gustará que se exprese disenso con la Corte Suprema, bien, estás en todo tu derecho, pero no invalides el derecho de los otros a hacerlo. No olvides que Spinoza expresó disenso hasta con el mismísimo Dios, y bien que se lo agradecemos, aunque más no sea por ensanchar nuestra inteligencia. En mi barrio no estaba bien visto ir corriendo los arcos en medio de un partido. Nadie corre los arcos, la realidad fluye, no es estática, hasta si lo mirás del revés es positivo, ¿hay algo más democrático que disentir con los funcionarios que nombraste? Imposible para mi conciencia ética ser cómplice de semejante autoritarismo encubierto, contra el que traté de luchar durante toda mi vida. Caíste en la trampa lógica de los que se quedan sin razón e insisten en tenerla, como en el fondo de autoritarismo a secas no podés acusar, te refugias en lo de autoritarismo encubierto, me permito una chicana: si no la ganás, la empatás. Con la carta de Teatro por la Identidad en la mano, a punto de leerla, me sentí violentado ideológicamente. Víctima de una encerrona fáctica que pretendía obligarme a convertirme en Drácula si la leía o en Frankenstein si no lo hacía. Perdón, aunque se acepta lo de “violentado ideológicamente” es una contradicción de términos, algo así como “me violaron con amor”.

La rematás con: Pero aun había agravantes éticos más repugnantes a mi conciencia. Esto ocurría el día en que la presidenta de la República pretendía que se aprobara el pliego del general Milani, mientras una madre de desaparecidos de La Rioja lo acusaba de responsabilidad en la desaparición de su hijo conscripto. No la quiero hacer más larga, sólo te pido que salgas del túper y leas algo más que La Nación y veas algo más que a Lanata, ojo, que quede claro si el tipo está comprometido que no se lo nombre un carajo y se lo juzgue, pero mientras tanto desbrozá y no caigas en simplismos.

La seguís con: Todo esto, además, estando en plena campaña electoral.

¿Cómo no leer al público la carta que apoya el noble objetivo de ayudar a la recuperación de hijos de desaparecidos? ¿Cómo leerla sin estar implícitamente apoyando acciones netamente partidizadas por una organización que (a mi juicio) jamás debió abandonar su misión de reclamar desde ese lugar de dignidad ética, que no es propiedad de ningún gobierno, cualquiera sea su signo político?

Aquí la pifias de medio a medio, nada es apolítico, insípido e incoloro, ni la Cruz Roja, mirá. Las Abuelas llevan a cabo una lucha y tienen todo el derecho de conducirla como la creen mejor… Podés acompañarlas o no. Y hasta acompañarlas con miramientos, podrías haber leído la carta diciendo que apoyás sólo en lo que se refiere a la recuperación de hijos, sin alharaca ni prestarte a la política oscurantista de La Nación, que sí apoyó a la Dictadura que antes denostaste.

Decidí no leerla: no quiero ser parte obligada de la campaña electoral del gobierno nacional. Y pedí que si alguno de mis compañeros de trabajo en el teatro quisiera hacerlo, aclarase al finalizar que no todos los integrantes de la compañía coincidían con esta acción. Debatimos, y se concluyó que no la leeríamos. Así fue. Por primera vez una compañía en la que yo participo no adhirió a lo que siempre habíamos adherido con el corazón. En mi barrio a esto lo llamamos escudarse en el número, coaccionar y mandar al frente a todos. Si el problema lo tenías vos, hacete cargo vos y no involucres al resto. Todavía algunas personas tienen códigos y prefieren apoyar al director para no desautorizarlo aunque no se esté de acuerdo con él. Es un error pero uno muy noble…

La seguís con: Tristeza, congoja, desazón. Dolor profundo. Angustia. Noche de pesadillas en mi cama. O sea, emoción pura.

Y con: Decidí escribir este doloroso texto para explicarme. Decirles a mis amigos, a mi hijo, por qué "traicioné" la noble búsqueda de Estela de Carlotto a pocos días de fotografiarme con ella. O sea, confesión de parte.

 

Y la terminás saliendo del clóset: Ayer vi un cartel de la campaña política del Gobierno: "En la vida hay que elegir". Por debajo del afiche creí ver chorrear el pegamento del autoritarismo.

Elijo la duda. No es pragmática y trata de eludir la soberbia de los necios

Sorry, Love, love, love, pero el autoritario y necio sos vos. Por ahí de tanto hacer obras extranjeras estás acostumbrado a analizar la realidad en términos que no son los nuestros sino los de la realidad de las sociedades que las concibieron.
 

La respuesta de Teatro x la identidad




Dado el estado público que tomó la actitud del elenco de Love, love, love de no leer el texto con el que los espectáculos, todos los años, adhieren a Teatro por la Identidad, creemos importante varias aclaraciones".

En primer lugar, una consideración acerca de este mismo estado público. La decisión de leer o no leer, adherir o no adherir a Teatro por la Identidad, es absolutamente libre y personal y no merecería ningún tipo de consideración, salvo en este caso, en el que esa actitud se transforma, vía su publicación en LA NACION, en un hecho político.

De todos los espectáculos a los que les propusimos la lectura (que no son todos, solamente por nuestras limitaciones logísticas, pero son realmente muchos), el del espectáculo dirigido por Carlos Rivas fue el único que rechazó la acción.

Lo que es una actitud esperable y posible. Pero el hecho de buscar la ampliación mediática de esa actitud, no puede quedar sin respuesta. Porque implica, no solamente una actitud interna de un elenco que, suponemos, habrá sido discutida y decidida en la intimidad de la conciencia individual de cada uno, sino la pretensión de justificar públicamente esa posición.

Por lo que creemos importante tomar la palabra de todos esos otros compañeros actores que sí leyeron el mensaje cuyos espectáculos se listan al final de este texto y de la asociación Teatro por la Identidad.

La lectura de esta carta en las salas comerciales de Buenos Aires es una acción que emprendemos desde 2009 y es fundamental, dada la argumentación de Rivas, mencionar que esta adhesión siempre ha sido total, con absoluta independencia de banderías políticas, contándose, por supuesto, entre quienes leyeron la carta a notorios opositores al Gobierno Nacional. Teatro por la Identidad aprecia la libertad de sus adherentes para actuar en política partidaria, pero basa su acción en la independencia respecto de los partidos políticos. Por eso pretende representar a toda la comunidad teatral.

Es que consideramos que la cuestión de los nietos apropiados y la urgencia de su restitución va claramente mucho más allá de cualquier gobierno o partido. Las actitudes políticas de cualquiera de nuestros compañeros (Incluso las de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo) son independientes, salvo para una mente estrecha, de la indudable justicia de la causa en su conjunto. Los contenidos del diario de Abuelas pueden ser discutidos o polemizados como también la designación de los funcionarios de un gobierno.

Pero poner estas discusiones coyunturales por encima de la necesidad imperiosa de cubrir con un manto de justicia una de las acciones más perversas de la dictadura, y luego difundir esos argumentos buscando en forma oportunista (dada la situación política electoral) el eco mediático, no solamente es no aportar a esa causa, sino jugarle en contra. La tristeza de la contradicción inevitable entre los ideales y la realidad se vive en soledad. No se ventila en los medios. En los medios se actúa políticamente y se decide (cosa que aparentemente es algo que a Rivas no le gusta o que supone "autoritario") y que no es más que el juego libre de nuestra sociedad, y lo que él, claro, finalmente, termina haciendo.

En el momento de decidir, el elenco dirigido por Rivas, decidió no decir a sus espectadores los contenidos de una carta que a lo único que se refiere es a la problemática concreta que nos encuentra en la urgencia absoluta de cientos de Abuelas que están llegando al fInal de sus días sin la paz de reencontrar a sus nietos robados.

Decidió no decir, (justamente la carta lo menciona) que son ridículas nuestras rencillas cotidianas frente a la altura de esta causa. Eligió no poner lo importante por sobre lo pasajero. Esta actitud, la de coincidir en lo que coincidimos aunque difiramos en lo que difiramos, es la base de la democracia y de la convivencia.
Lamentamos, aunque respetamos, esa decisión. Pero más lamentamos que, en la búsqueda de una justificación culposa, esta actitud solitaria y respetable, se haya transformado en un hecho de resonancias sórdidas que tiene la virtud de mostrarnos cómo perviven en nuestra sociedad (como viven entre nosotros también estos 400 nietos con identidades cambiadas) las dificultades para encontrarnos con la verdad y la justicia.

viernes, 26 de julio de 2013

Matilda



Hay películas que despiertan nuestra admiración y respeto. Digamos, Cuando huye el día de Bergman, Rashomon de Kurosawa, Muerte en Venecia de Visconti o El ciudadano de Welles. Películas con algún grado de complejidad que incentivaron nuestra autoestima porque pudimos llegar a abarcarlas en su magnificencia. Pero hay otras, buenas como las anteriormente mencionadas, aunque quizá no tan excelsas, a las que amamos sin retaceos, porque sí o porque llegaron a nuestra vida en el momento justo. En mi caso, no sé, sí, La novicia rebelde de Wise, Casablanca de Curtiz, El magnífico de De Brocca, Billy Elliot de Daldry o Matilda de De Vito.

Matilda cayó como una bendición. Con mamá la vimos en estreno en el Cine 8. Por entonces nos acabábamos de enterar que papá ya estaba sableado por la enfermedad que se lo llevaría. No nos resignábamos, procurábamos no ser egoístas y no mostrar nuestro dolor, ya demasiado tenía papá con hacer las paces con la vida (o con la muerte, que en una enfermedad terminal son casi lo mismo) como para encima tener que consolarnos. Ser fuertes nos salía pésimo (al menos en un principio). La certeza de la muerte tiñe todo de tristeza, desde las milanesas con papas fritas, hasta las cabriolas de Gene Kelly con sol o bajo la lluvia e incluso los mambos de Pérez Prado. Era muy difícil olvidar que su vida ya no sería ilimitada, que el destino le había puesto fecha de vencimiento. Poco sabíamos entonces que sería un proceso lento y largo, con internaciones varias de las que saldría fortalecido, con períodos de bienestar tan deslumbrantes como engañosos que derivaban en recaídas amargas que se multiplicaron hasta llegar a la última, la definitiva (que me pescó de madrugada, después de verlo morir, sin alcohol ni tranquilizantes como si él hubiera querido que enfrentara su ausencia a golpes de coraje, como cuando me sacó las rueditas a la bicicleta). Aunque allá, en el principio, sólo sabíamos que, costara lo que costara, debíamos mostrarnos bien o normales (sea eso lo que fuera) para ayudarlo. Recurríamos entonces a lo que siempre nos había puesto bien, a los libros, el cine, la música, la tele, los chismes. Cada vez que mamá venía al centro a comprar los medicamentos, coordinaba con ella para que viéramos una película. Después, en algún momento, mi Amigo Sabio se dio cuenta de que a mamá le hacía mal comprar remedios que no remediaban nada, que sólo paliaban y la liberó de la obligación ofreciéndose a comprarlos él. No se lo agradecimos, como con tantas otras cosas. Cuando se lo dije, sonrió y me contestó: No importa, soy un psicópata bueno. Aunque no entendí el chiste, me reí, su humor es a veces oscuro. Pero una noche de insomnio lo entendí y me reí con ganas, con tantas que me dormí. No sólo llorar mucho te apaga el insomnio. Pero, bueno, por entonces mamá compraba los medicamentos y yo la invitaba al cine. Viéramos lo que viéramos no nos entreteníamos, nuestras cabezas no se apartaban de la idea que nos obsesionaba, mierda, papá moriría. Pero insistíamos, porque a veces de tanto imitar la vida finalmente se vive. Y entonces llegó Matilda.

La disfrutamos de principio a fin, nos atrapó, nos sedujo, en la hora y 38 minutos que dura, la vida volvió a ser como antes, fluida, libre y despreocupada. A la salida, claro, la tristeza volvió, pero ya no se enseñoreaba tanto. A un buen recuerdo nada lo empaña. Volví a ver Matilda no sé cuántas veces y me deja siempre un buen sabor, a torta de chocolate, como la que come el gordito cuando triunfa sobre la cruel directora.
No sólo para mí Matilda es un hito. En estos meses me crucé con un par de consecuencias de Matilda. Las fotos de una reunión del elenco 16 años después de filmarla, por suerte todos siguen bien y prosperando. Emociona ver a los chicos crecidos, reconocer en los rasgos actuales los gestos y las actitudes que fijamos por la película. Y la segunda fue en la entrega de los premios Tony. Matilda es ahora una comedia musical, concebida en Londres y traspasada triunfalmente a Broadway. El número que adjunto abajo es un compendio de momentos culminantes del musical. El desarrollo de la comedia es sin duda más descansado para todos los niños. Lo aclaro porque ninguna obra es así de intensa todo el tiempo. Y si este fuera el primer caso, entonces habría que demandar a la compañía productora por explotación infantil.
 

Matilda el musical



Matilda, el musical en la entrega de los premios Tony, 2013

El elenco de Matilda 16 años después


De arriba a abajo: Mara Wilson (Matilda), Danny De Vito (Mr. Wormwood), Rhea Pearlman (Mrs. Wormwood), Embeth Davidtz (Miss Honey), Pam Ferris (Miss Trunchball), Kiami Davael (Lavender) y Jimmy Karz (Bruce Bogtrotter).



viernes, 19 de julio de 2013

Lecciones de zoología



Hago muchas cosas, más de las que quisiera, menos de las que no puedo evitar. Ya no me cuestiono, las cosas son como son y a contar las bendiciones, ya es inútil de tan tarde perderse en reproches adolescentes. Claro, una de mis actividades es la docencia, que al menos en cuanto a fechas es predecible. En algún momento de julio o quizá de agosto, hay vacaciones, que al menos en mi caso, llegan después de un pico de stress: el cierre de los cuatrimestres en las escuelas de adultos. Cuando se hacen varias cosas y una registra un pico de stress, las demás se resienten y el cuerpo entra a reclamar. Reclamos que adquieren forma de gastritis, cambios súbitos de humor y otras menos elegantes que para qué mencionar. Por suerte, mi pico de stress docente cuatrimestral se compensa casi de inmediato con la llegada de las ansiadas vacaciones, que me provocan, no se rían, una especie de jet-lag. Cosas que pasan si se frena de golpe. Los primeros días son de angustia (si se ríen, serán castigados). El cuerpo tiene memoria y si los lunes está acostumbrado a un ritmo de 40 escuelas, el primer lunes que no hay que ir a esas cuarenta escuelas, te pregunta el por qué de esa desaceleración repentina. Y el muy idiota cuando por fin se acostumbra al dolce far niente, tiene que adaptarse al vértigo otra vez, de modo que es poco lo que disfruta. Tendría que aprender de Perrito, al que todo le chupa un hueso. Durante el trajín lectivo, exige que lo saque, aunque sea brevemente,  antes y después de cada escuela. El muy pillo se aviva rápido de que permaneceré en casa junto a él más tiempo y se despreocupa de las exigencias de las salidas. Es como si necesitara salir menos veces, porque al tenerme con él más tiempo, no le hace falta que le compense mi ausencia con salidas. Hoy, primer miércoles de las vacaciones se tomó su tiempo para el paseo matinal. Normalmente espera que tome mi café y vaya al baño. Cuando salgo, me está esperando para demandarme que cumpla con mis obligaciones y por las dudas me haya atacado la desmemoria, me mira a mí y después a la correa para que no haya confusión posible. Hoy, no. Salí del baño y siguió durmiendo lo más pancho. A eso de las 11, comencé a preguntarme si no estaría enfermo. No lo parecía porque estaba en uno de sus mullidos sitiales de descanso y no en su rincón de estoy-enfermo-no-me-jodan. Recién a la una y media, se desperezó, estiró sus músculos y se apoyó en mi muslo con cara de soy-adorable-y-merezco-una-salida. No le tomó ni dos días adaptarse a las vacaciones, algo que a mí me toma entre una semana y diez días. Insisto: tengo que aprender de Perrito.

miércoles, 10 de julio de 2013

Nada del amor me produce envidia




Y fuimos nomás. Aunque no fuera feriado. En mis ganas de descansar vuelvo feriados puentes hasta los días sánguches. Así que di una clase, falté a la otra de la tarde  y en la de la noche, ojalá, el acto por el 9 de julio quizá me cubra el ausente. Salí temprano, por las dudas me demoraran los desvíos por el paro camionero. Pero no, a esa hora, el desinflado paro era un recuerdo perdido de otra mañana hostil. Entonces, antes, me quedó tiempo para pavear por las librerías de viejo. Tuve suerte, por siete pesos me hice de una obrita de Terence Rattigan que no leí, Adventure story y por doce, Raquel, la judía de Lion Feuchtwanger, que creo que me recomendaron, aunque así no fuera, no importa, porque Feuchtwanger es un gran autor. Por hacerme el Mel Gibson en un Starbucks me pedí un cappuccino para llevar, pero no me atendió Marisa Tomei.  Cerca de las ocho enfilé para el Maipo. En El Nacional estrenaban oficialmente Vale todo (Anything goes) de Cole Porter y curiosos, invitados, celebridades, fotógrafos y movileros se apelotaban en la entrada. Cuando llegué al Maipo, ya repartían fernet con cola, me encanta que me den fernet con cola en los teatros. Elena Tasisto de riguroso tapado de piel sintética negra se destacaba en la cola de la boletería y Linda –no-seré-feliz-pero-tengo-marido- Peretz envuelta en capita de paño se aprestaba a entrar. El Maipo es un teatro hermoso y con el friso de la Schussheim, más aún. No nos podíamos quejar, estábamos en la fila tres casi al centro. Y como suponía, nos gustó mucho, mucho.

Nada del amor me  produce envidia de Santiago Loza es todo lo que dijeron y más. Uno de los monólogos más bellos que se hayan escrito. Fluye, seduce, envuelve, engaña donde debe y termina por fascinar. Alejandro Tantanián, con la ayuda de una precisa escenografía y vestuario de Graciela Galán, hace una puesta minuciosa y deslumbrante. Se deslumbra también con la inteligencia, no sólo con el exceso de elementos. Su musicalización aumenta el placer y las luces de Omar Possemato enmarcan expresivamente la historia. Pero es Solita, con su magia, su talento, su sensibilidad la que envía la noche al rincón de las cosas imborrables. Vuelve un hito a su costurerita de barrio, que allá por los cuarenta tironean Libertad Lamarque y Eva Perón por un vestido que se hace fulgor y me callo para no arruinar sorpresas. Solita, no, la señora Soledad Silveyra (es hora que dejemos de intimar y establezcamos respetuosa distancia, que los diminutivos por cariñosos que sean empequeñecen  sin querer la grandeza) es una actriz inmensa que me desarma y me devuelve intacta una sensibilidad que ya no creo tener. Aquí, en un momento estira la mano y me roza el lomo del alma. Y ella, su personaje y yo ya no estamos solos nunca más.

Está sólo los lunes, si pueden no se la pierdan, pero no especulen con una gira, véanla ahí, en el Maipo, en ese teatrito casi de juguete el encanto es mayor y la entrada es muy accesible, nada más que cien manguitos.

viernes, 5 de julio de 2013

Los garcas



La idea me repiquetea desde 1986, cuando vi en el Maipo el estreno de Eva, el gran musical argentino de Guevara, Orgambide, Favero. En un momento del espectáculo Eva (Nacha Guevara, of course) decía: “Aquel día, aquel día derrotamos a la oligarquía pero hoy, hoy yo le tengo más miedo al espíritu oligarca que está dentro de nosotros que al que vencimos en aquel diecisiete”. Habiendo tantas cosas para recordar de ese magnífico espectáculo ¿por qué se me fue a pegar ese concepto? Se me antoja la respuesta obvia: porque le tengo también miedo al espíritu oligarca que está en nosotros. Después de años y años de garcaje en el poder con los medios de comunicación aplaudiéndolo, celebrándolo, es imposible que no se nos haya permeado algo de ese espíritu oligarca.
Creo estar inoculado, después de todo, la humildad de mi familia, la soledad, las distintas máscaras sociales que debí ponerme, mi formación, el cine, el teatro, los libros me sirvieron de vacuna. Pero también hay cine, teatro, libros garcas, mi familia es influenciable, la soledad puede ser mala consejera y las máscaras no son infalibles, de modo que no hay protección completa.
Puedo respetar, bueno, mejor dicho entender, al garca garca que quiere mantener su posición de privilegio, juntarla con pala y que los que no pertenecen al exclusivo y diminuto garcaje paguen los platos rotos, pero no puedo entender al garca vocacional que adhiere a la filosofía garca por más que se vea directamente perjudicado.
No es sorpresa, entonces, que después de leer un reportaje a los hermanos Vicente y Hugo Mulereiro me abalanzara a comprar su nuevo libro: Los garcas, una tipología nacional. Es un ladrillo de unas quinientas páginas de lectura apasionante.
Transcribo la contratapa: "Un garca es una persona que tiene gravemente perturbadas sus relaciones con la alteridad. Un garca establece con los demás, con el otro, una relación de sujeción y explotación y, en cualquier caso, de prejuicio y perjuicio."
La palabra garca, construida en el revés característico del lunfardo, tiene una variedad de significados en el lenguaje popular. Sin embargo, este libro anclará uno, a la vez político y sociológico en la medida en que considera que la palabra pasa a describir una tipología nacional.
 Dicen los autores con una claridad que el lector agradece que el "garquismo" es la síntesis de todas las ideologías retardatarias que atravesaron y atraviesan la historia argentina. Para ser un garca hay que cumplir con algunas condiciones que el libro explica con generosidad. Y para que nadie se quede con la duda de quiénes han sido los garcas más importantes, Vicente y Hugo Muleiro brindan un listado de personas cuyo recorrido constitutivo analizan exhaustivamente. A su manera, los protagonistas de este libro son José Alfredo Martínez de Hoz, Jorge Rafael Videla, Carlos Pedro Blaquier, Domingo Felipe Cavallo, Mariano Grondona, María Julia Alsogaray, Jaime Lamont Smart, Héctor Aguer, Marcos Aguinis, Mauricio Macri, Francisco de Narváez, Mirtha Legrand.
 Un ensayo periodístico brillante que transforma una terminología popular en una categoría de estudio. Una palabra que vive y se transformó, sobre todo a costa de quienes padecen a los garcas.
El libro tiene tres capítulos. En el primero, Cuestión de palabras, rastrean el origen del término y sondean entre sus múltiples significados. En el segundo, Garcas en la historia, semblantean la historia y la filosofía garca desde la colonia hasta nuestros días. Y en el último, Vida de garcas, plantean breves biografías de esos apósteles del garquismo mencionados antes.
Su lectura apasiona, como dije antes, sin embargo provoca un tsunami de emociones. ¡Hemos sido víctimas de cada garca! En lo personal me alivia comprobar que mis niveles de garquismo son muy bajos, casi inexistentes. Después de años y años de bombardeo mediático garca, es imposible no exhibir algún resabio. Ojalá que pronto deje de haber un solo discurso, una sola voz mediática, el dichoso monopolio, el mensaje dominante no son ninguna joda, quizás cuando dejemos de padecerlos, aunque sea un poco, podamos comenzar a asegurarnos la consecución de un mundo menos garca. Nos lo merecemos.